martes, 24 de mayo de 2016

CARMEN IRIONDO / 4 POEMAS

CARMEN IRIONDO / 4 POEMAS




LABORES


Una brizna de hilo, eso soy cuando tiemblo,
me sorprende mi voz. Hilillo que se enhebra
en pasados remotos y cose el dobladillo con
puntadas en cruz. No sé pedirle al paño que 
ignore mis pinchazos, o a tus pestañas frágiles
que barran cada punto y limpien el error.
Ama de llaves, pido, no utilices tus dientes
para cortar el largo bordado del adiós.







LABORES II



Como si fuésemos telas a cortar,
géneros, denigrando el vacío
que sólo nosotras podemos atender
con la danza nocturna.
Ambrosía, macedonia, comamos
las palabras para fundir el miedo
a las creencias,
que tengo
que sufro
que me caen
¿que no me cuestan nada?
Se olvidaron de esa bolsa de género
estropeada, rápida y prematura
suelta de puntos justo en el borde.









 LABORES III



Teje la salida con saliva nueva
teje la red de tela con ceniza no del muerto
más bien del fuego vivo, el de la lana gris
chamuscada sin querer en la cocina.
Los puntos que se sueltan se escapan
se deshacen se roban el tejido. Bolsa
o vida, dicen y disparan a enlazar los
fantasmas con hebras de trencitas,
de ochos convertidos en tiras de zigzag
Hay que tejer mujeres.
Crochet, arroz, elástico. A dos y cuatro
agujas. En redondo para abrigarte el pie
con esas medias a medias como son las
verdades y abrigar de bufandas los espectros.








ALERGENOS



Me pican las espigas de tu trigo, áspero,
amarillo. Asomaron blandísimos ayer
llorisqueando los pastos de tu infancia.
Una fila de hierba tierna, eterna, mansa
marcha de soldados infinitos muy lejos
se chocan en los surcos de terrones revueltos.
Parecen los alumnos de la escuela hace siglos
dormidos de pie cantando a la bandera blanca.
¿Se morirán de sed antes de empujar la tierra
tus brotes de frágil resistencia?
La luna sin lobo llama a la lluvia aullando
apenas penas.







Carmen Iriondo nació en Buenos Aires.
Es licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Publicó: Casa propia (1988)
Rara vez (1995) 
La niña pandereta (1997) 
Por el miedo te digo (2000) 
Egle y Suertes Virgilianas (2002) 
Syl  & Ted (2003) 
Animalitos del Cielo y del Infierno (2004) 
Prosas de dormida (2005) 
Vuelo de fiebre (2007) 
Llamando al picaflor por el nombre de pila (2009) 
Seamos nieve (2010) 
El rock de los limbos (2011) 
Syl & Ted edición bilingüe traducción de Rolando Costa Picazo Tilinga (2012) 
Animalitos del Cielo del Infierno y del Mar (2014) 
El carro de las letras (2015)







lunes, 9 de mayo de 2016

MARÍA DE LOURDES RAMÍREZ / 3 POEMAS




Nocturno del Vacío


El miedo de no ser sino un cuerpo vacío
que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar
y la angustia de verse fuera de si viviendo
y la duda de ser o no ser realidad.


-Xavier Villaurrutia- 


Que si soy o no soy alguien en la tersa
realidad de una pompa de jabón,
que si la tensión se rompe queda nada
ni el agua ni el limo que deja la acequia.
Miro, que no se dónde me quedé
si en el paso apresurado de la mañana
o en la lenta maroma de la luz vespertina:
enfrento que no tengo el espejo de un otro.
Aquí, en este sitio de cuerpo sólo cáscara
que me envuelve, mortaja que finge vida
o vida que se vuelve mortaja y unción
que se conoce como crisálida de muerte.
Dónde queda la seguridad de un abrazo
que me consuele en este divagar vacíos
que me cubra con cálida calma
que me arrulle en la certeza de un por qué.
Porque estoy cierta de que hay réplica
que esta duda sigilosa tiene una solución
que esta noche de negra luna virgen
he de estar alerta del encuentro que me espera
en el vacío.







Pasos de Hormigas


Tengo frío en esta tarde de lluvia
aguzándome la punta de la nariz
provocando que hormigas hurguen mi ropa
y caminen como fantasmas sobre mi cuerpo.

Los dedos de glacé
portan anillos de plata
-cero noventa y siete-

entre los pliegues de un pergamino
robado de la apoteca de mi abuela.


La garganta se cierra
y surge un suspiro
en la ficción de la conquista
del remontar sobre una historia no común.

Tengo frío en los huesos, repican
con titiritar convulso
en la ansiedad de beber de tu voz de nuevo
de arroparme con el licor de tu mirada.


Me duele la fractura que ya sanó
y los ligamentos que se restablecieron
esos también me duelen

He sacudido mis ropas
ya no están los insectos
no quedó vida parásita
pero aún siento pasos de hormigas en la piel.







Gotas de Rocío


Y yo te fuí armando con partes de mí misma
para hacerte fuerte
y hombre de palabra.

-Mirna Estrella Pérez-



Porque así somos,
porque amando, la realidad la hacemos fantasía
construimos quereres relucientes
gotas de rocío al amanecer,
que se evaporan en cuanto el sol está un poco arriba,
avanzado el día.

Ya sin la humedad
la sequedad del páramo nos regresa
nos sepulta en las grietas rojas del dolor.

Porque somos artífices de un espejo de feria
y el otro, es un artificio, una extensión mal armada
de una luna en que queremos vaciarnos
en la paradoja de llenar una oquedad.

Porque estamos huecas, con una nada
que en lo imposible, tiene como jaula la piel
que nos obliga a buscar en otra piel la salida.

Cuando al fin nos desprendamos de la cárcel
cuando la puerta sea abierta
no habrá nada que contenga a la nada.






María de Lourdes Ramírez
Nacida en Guadalajara Jalisco México, en el año de 1954 es médico de carrera y poemante como una de sus tres hermanas la bautizó. Escribe desde temprana edad, pero de forma errática, es hasta hace 12 años que su mano se acerca a la escritura con constancia. Tiene publicado un libro “Es_quemas” por la Universidad Autónoma de México.








ANA CERRI / UN CUENTO de LÍMITE OESTE



DOS TIROS.

     Mentiras que era loco. La vida fue demasiado para él pero no nació loco. Esa cuestión de no saber cómo defenderse, indudablemente, lo había afectado, pero no era loco.
Cuando Agustín cumplió dieciséis años su padre le regaló una escopeta vieja que tenía la mala costumbre de andar disparándose sola. En realidad, el regalo fue, más que por el cumpleaños, por los ladrones de gallinas que asolaban los nidales peor que las comadrejas. La cuestión es que se la regaló y el muchacho andaba por ahí con su escopeta como en un resplandor. No la dejaba ni a sol ni a sombra y hasta se la llevaba a la cama como se lleva a una virgen al tálamo nupcial.
Una tarde se puso, como posando para el fotógrafo de plaza, con el pulgar tapando justo la boca del caño, la culata en el piso y la pierna derecha flexionada delante de la izquierda. Tenía toda la intensión de lucirse con su fusil. Quería impresionar a la hija del sastre de la que estaba perdidamente enamorado y frente a su puerta, se apostó. No exactamente frente a la puerta sino cruzando la calle, como para que ella lo viera en perspectiva.

     Se le reventaba el corazón; él mismo se escuchaba latir en estallidos y cuando ella apareció, creyó caerse en un pozo sin término igualito a eso de los sueños, en los que uno cae, cae, cae …
Volvió violentamente a la realidad cuando la escopeta, que sí estaba loca, se disparó sola llevándose su pulgar y ahora sí, un pedazo importante de su razón.
La mano del muchacho sangraba profusamente y él hubiera querido morir ahí mismo, frente al espante − que creyó ternura −, de la mujer amada.
La veía en medio de los colores que le destilaban en la mirada confusa; la veía ir y venir en un perfume tibio de sangre que se desplomaba con él y que cuando se le terminó de escapar, le quedó flotando entre el sombrero y la gomina.
Finalmente, ella lo había mirado.
Pero volver en sí y emprender la búsqueda de su dedo pulgar fue una sola cosa. Guardó en algún punto de su sin razón la mirada que creyó tierna, recogió el arma, confirmó la incompletez a través del vendaje improvisado por
el sastre con retazos de entretela, e inmediatamente empezó a escudriñar palmo a palmo la zona.
    Aumentaron las versiones sobre la locura.
    Pero Agustín sólo hacía cálculos.
− El dedo podría, desde ahí, haber volado hasta la vereda…o hasta la vía; o, pensándolo bien, en un arco un poco más amplio, hasta el patio de la casa vecina y, más aún, hasta la otra calle…
Palmo a palmo buscaba el muchacho, y cuando no le alcanzaron los días, también buscó de noche. Andaba con una linterna vieja, pero minuciosa, rastrillando una y otra vez los mismos lugares.
Se confirmaron los rumores: el loco buscaba su dedo y estaba dispuesto a matar si descubría que alguien lo había encontrado y no se lo había devuelto.
El muchacho se convirtió en una amenaza a la vez, en muchas excusas:
− ¡Mirá que le digo a Agustín que vos tenés su dedo…!
− Si tu marido sospecha que vengo a verte de noche, decí que es Agustín que merodea…

     − ¡Seguí haciendo la tuya que el día menos pensado lo llamo a Agustín y le digo que te ponga en vereda!
Agustín ya no solo estaba loco, era malo, enderezaba conductas infantiles díscolas y se metía en la cama de mujeres ajenas.
Los chicos le temieron, los hombre lo usaron y las mujeres…las mujeres, en silencio, lo quisieron, de puro agradecidas no más.
Yo recuerdo haberlo cruzado por la calle y sin ningún disimulo, haberle mirado directamente la cicatriz que, por ese entonces, quedaba justo a la altura de mis ojos. Nunca pude tenerle miedo aunque por prudencia, fingí un poco. Lo espiaba recorrer sin cansancio la ruta del dedo. Ya era un hombre. Llevaba la escopeta en bandolera y un sombrero muy echado para atrás.
Tan en boca de todos y tan solo en su búsqueda el pobre Agustín.
La misma escopeta que le llevó el pulgar, por fin volvió a dispararse locamente, pero esta vez, sin error.



Sin embargo, Agustín sigue siendo una amenaza: su fantasma se lleva a los chicos descarriados; merodea por los patios de las casas, especialmente de noche; hace crujir las sábanas en camas forasteras y sigue dispuesto, aún en el otro mundo, a matar a quién, insensato, haya encontrado su pulgar y no lo haya devuelto.
No soy la única que deja una flor en su tumba, donde el palo mayor de la cruz es la escopeta que no ha perdido ni pizca de su locura y de tanto en tanto, se sigue disparando sola.


Ana Cerri nació en Rosario en 1947 y creció en Soldini, a 14 km de la ciudad , en el límite oeste de la provincia de Santa Fé
Es licenciada en Periodismo y Ciencias de la Información.










jueves, 5 de mayo de 2016

CAROLINA ZAMUDIO / Mis muertos




Mis muertos


Llevo mis muertos vivos en mí.

Vienen de mañana a extasiarse en mi mano
cuando acarician luminosos
las frentes de mis hijas. Uno mira al espejo
en mis ojos
de un pardo más ocre que verdoso
asomando enigmático por los párpados caídos
de otro muerto que vive en mí
hasta que la muerte nos separe.








Carolina Zamudio. Curuzú Cuatiá, Argentina (1973). Poeta y narradora. 
Publicó los poemarios “Seguir al viento”, Ediciones Último Reino (Argentina, 2013), 
“La oscuridad de lo que brilla”, edición bilingüe español/inglés, Artepoética Press (Estados Unidos, 2015) y
la plaquette “Teoría sobre la belleza y otros poemas”, Ediciones de la Reina Mora (Argentina, 2013).